El cerebro es un órgano que, al igual que el resto del cuerpo, envejece con el paso de los años. Con la edad, su tamaño disminuye, perdemos neuronas y se altera la producción de hormonas y neurotransmisores.
Sin embargo, el cambio más importante que se produce es la pérdida de muchas de las conexiones entre las neuronas, unas células de larga vida que no se dividen y, por lo tanto, difícilmente se regeneran.
Como consecuencia del envejecimiento cerebral es la acumulación de proteínas en forma de agregados que tienden a depositarse dentro y fuera de las neuronas. Esto puede desencadenar el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas relacionadas con la edad, como la enfermedad de Alzheimer o el párkinson.
Conviene aclarar que lo que comúnmente se denomina como demencia senil es un término obsoleto. El envejecimiento no implica necesariamente la aparición de una demencia o pérdida importante de memoria. Si existe una pérdida significativa de la capacidad de memoria y aprendizaje, estaría relacionada con una enfermedad específica y no con el envejecimiento normal del cerebro.
Recomendaciones para retrasar el envejecimiento
– La dieta es esencial. La más recomendada es la mediterránea, que implica un bajo consumo de carnes y aves de corral, un consumo de bajo a moderado de lácteos, una cantidad moderada de alcohol (vino) y grasas (aceite de oliva), y una alta ingesta de verduras, legumbres, frutas, cereales y pescado. Reduce el riesgo de padecer fallos cognitivos y enfermedades como el alzhéimer.
– Dormir 8 horas al día. El mantenimiento de un buen ciclo vigilia-sueño es esencial para muchas funciones cerebrales, como la eliminación de las toxinas del cerebro que se han acumulado durante el día. Mientras dormimos, el espacio que existe entre las neuronas aumenta, facilitando su limpieza y buen funcionamiento.
– El ejercicio regular y la actividad física juegan un papel neuroprotector, ralentizando la disminución del volumen del cerebro y mejorando su funcionamiento. El ejercicio aeróbico mejora la función cognitiva durante el envejecimiento y también en quienes sufren enfermedades neurodegenerativas.
– Se ha comprobado que aquellos que poseen un nivel educativo más alto o que mantienen una cierta actividad intelectual –leer, estudiar o adquirir nuevas habilidades– tienen una menor predisposición a desarrollar demencia. La base de esta neuroprotección está asociada a la formación de nuevas conexiones entre las neuronas.
– Evitar el tabaco, ya que se ha relacionado con la aceleración del envejecimiento y la aparición de problemas cognitivos y demencia.
Tampoco hay que perder de vista los factores de riesgos relacionados con enfermedades crónicas altamente prevalentes en personas de avanzada edad. El mantenimiento de la actividad e integridad del cerebro dependen, en buena parte, de los vasos sanguíneos que mantienen una buena irrigación. La hipertensión, la aterosclerosis y los niveles elevados de colesterol incrementan las posibilidades de desarrollar fallos cognitivos, ictus y demencia.